sábado, 6 de junio de 2020

PASCUALCHA



LA NAVIDAD DE PASCUAL

San Juan de Marcona, moderna y pujante.
Ciudad que se desarrolló al compás de la producción de hierro, en medio del desierto, en cuyas orillas juguetean las olas del Pacífico, es ahora una metrópoli rodeada de asentamientos humanos en extrema pobreza. Esta es la historia de un niño que emigra de la sierra a la costa. Sin padres que lo apoyen, sin protección, sin afecto…sin nada.

PASCUALCHA

Escribe: Cristina Chacón Delgado

Año 1992, mes de junio, día laborable…9:30 am.

Atendía a niños de 3, 4 y 5 años en el PRONOEI “Los Angelitos” del pueblo joven “Túpac Amaru”. En plena clase apareció un niño que aparentaba 4 años de edad, de chapas rosaditas y cuarteadas; descalzo, con un polo y un short amarrados con una soguilla. Sobresalía su gran barriga, cabellos tiezos poblados de liendres. Tría en su mano un pocillo despostillado.

Casi todos mis alumnitos tenían las mismas características. Pero Pascual recién llegaba de la sierra. Desde la puerta me hablaba en quechua, levantaba su pocillo y repetía lo mismo: ¡Mamay mamay, lechita jumuai! ¡Llarjamanta kachkani! ¡Jumua jarrota lenaico lechita!

Salí a recibirlo pero él no quería entrar. Movía su pocillo, hablaba rápido pero con la cabeza agachada. ¡Hola papito!  Pasa adelante que voy a servir la leche. Lástima que yo no sabía hablar en quechua. No podía comunicarme con el niño.

De pronto se levantó de su ladrillo, mi alumna maravilla, el terremoto encarnado ¡Santosa!...

¡Señurita, acaso no entendes, el Pascualcha dice tene hambre y que le des leche rápido!
¿Cómo sabes que se llama Pascualcha?
¡Ese Pascualcha es me premo! Mamaya ha trajido de so terra…
Santosa por favor, dile que pase y se siente.

De un jalón Santosa se llevó a Pascual a compartir su ladrillo que le servía como asiento. Pascual refunfuñaba entre dientes, insultaba a Santosa y sus ademanes me decían que quería patearla.

A partir de ese día Pascual integraba el grupo de niños a mi cargo, la mayoría eran hijos de paisanos marisqueros recién llegados a San Juan. Dejaban solos a sus niños hasta por tres días seguidos, a su suerte, esperando el retorno de sus padres. Algunos no volvían jamás, el mar se los llevaba, o se enfermaban de TBC o broncopulmonía (por estar constantemente en el mar con ropas húmedas, marisqueando en pleno invierno, mal comidos, desnutridos)…otros regresaban a su tierra, pero…solos. Dejaban a sus niños con familiares.

Eran niños que conocían desde el vientre de su madre, el hambre. Pequeños a los que el destino les depara ¡sabe Dios qué!. Todas las mañanas se acurrucaban entre ellos, al pie de la puerta del local del PRONOEI (Programa No Escolarizado de Educación Inicial) con sus jarros despostillados y sus cuadernos de tarea esperando a su maestra…y a su leche. Para algunos era desayuno – almuerzo. Para otros era “desayuno, almuerzo y cena”. Muchas veces les llevaba camotes sancochados, panes y bizcochos.

Ala hora del refrigerio todos se lavaban las manos, hacían su cola y como siempre Pascualcha, era el primero, solo hablaba quechua y tenía problemas con los niños que no entendía este idioma. Algunos traían sus loncheras (los más pudientes) con su huevo sancochado, pan con mermelada, jugo o leche, colocaban su servilleta y degustaban lo traído. Otros niños no tenían nada, esperaban solo su camote y su leche. Pascual para no quedarse atrás empezó a traer su lonchera a su manera: como servilleta, un pedazo de costalillo, una huevera seca, cochayuyo seco. Muchas veces se enojaba porque sus compañeros no querían hacer trueque. Con sus manos bien lavaditas, tomaba su leche y chupaba su lapa seca, su huevera o su cochayuyo; pero siempre atento, mirando a su compañero que saboreaba su pan con mermelada o su huevo. Sus ojitos se desorbitaban y la baba le resbalaban. Cuando no se controlaba se lo quitaba al menor descuido.

Varios niños imitaron a Pascual. Trían una bolsita con huevera, lapa seca y cochayuyo. Tuve que enseñarles a sus padres que debían lavar con agua hervida para que no se enfermaran… pero no lo hacían.

Pascual era huérfano. Vivía con su abuelita que tenía otros nietos a cargo, pedía limosna en las escalerillas de una de las entradas de la Paradita y del mercado. Cuando se iba a Nasca a seguir trabajando, dejaba a los niños solos… a su suerte. Tenía que buscar que comer a como de lugar, ya sea con vecinos o en los cilindros de la basura.

Mi mayor sorpresa fue encontrar varios alumnos, entre ellos Pascual, en La Parada, robando de una forma bien disimulada. Tenían un palito con un clavo en la punta, al pasar ellos, tenían que hincar con el clavo, ya sea papa, camote, cebolla, etc. y se lo llevaban en su costalillo que cada uno traía. Se exponían peligrosamente que les pegaran o los llevaran a la policía. Cuando les llamé la atención, me dijeron que sus padres los mandaban, sino, no comían nada o les pegaban. Conversé con sus padres del problema, ellos decían que no habían mariscos, estaban escasos, que había marea alta y no tenían que comer y por eso obligaban a sus hijos, a convertirse en “pirañitas”.

NOVIEMBRE
Llegado noviembre el progreso de los niños fue bueno, pero el de Pascual fue excelente por ser puntual, inteligente y respetuoso, colaborador, perseverante en sus tareas y lo mejor de todo aprendía el idioma castellano con facilidad, oral y escrito, vocales, números, etc.

Destacaba cantando huaynos en quechua, con un sentimiento que llegaba al corazón. De él aprendí un huaynito en quechua, que enseñé y sigo enseñando a muchos alumnitos.
Otra de las sorpresas fue saber que Pascual, en su control de niño sano, tenía aproximadamente unos 6 años, pero aparentaba de 3 a 4 años.

No tenía datos de Pascual porque nunca encontraba a su abuela o algún otro familiar. Fue en el mes de diciembre que eché de menos a Pascual, no venía a clases hace tres días. Por Santosa, mi alumna maravilla, supe que su abuela se lo había llevado a Nasca. Empezaba las evaluaciones el día lunes y Pascual no venía. Preocupada pregunté a su prima Santosa:

¿Regresó de Nasca Pascual? ¿po trqué no viene? Está enfermo?  
No sé señurita…
¿Cómo que no sabes, si tú vives con él, en la misma casa?

Ya nu señurita…me tía mi ha llevao a su casa
¿Y no vas a jugar con Pascual?
Pascualcha nu quiere jugar, solo esta tirado en su cama…
¿Porqué no quiere jugar?
-        No sé, no quiere moverse de su cama-
Solo entonces tuve el presentimiento que Pascual estaba enfermo.

LA NAVIDAD DE PASCUAL
En compañía de Santosa llegamos a su casa, al tocar la puerta salió una mujer de gesto duro, amargado, indiferente y aburrida, dijo: ¡El mocoso vive con su abuela en el corral de atrás!.

Presurosa fui al corral, en donde había una casucha de escasos dos metros cuadrados y un metro de alto forrada con cartones, latas, restos de madera y trapos viejos; parecía que se caía a pedazos. !Dios mío, como era posible que seres humanos vivieran ahí!

Traspuse el costal sucio y roto que cubría la entrada y en medio de la oscuridad distinguí la pequeña silueta de Pascual. Estaba tirado encima de cartones y periódicos, jadeando de fiebre, respiraba con dificultad, deliraba. Pascual se moría.

El niño volaba de fiebre. Parecía que iba hacer convulsiones. Cargué al pequeño en mis brazos y lo llevé a la posta de salud cercana, cuando de pronto apareció la abuela quechua – hablante, armada de un enorme palo y enfurecida como una leona se abalanzó sobre mí, lanzando insultos y maldiciones en quechua!

Gracias a una comadre no me cayó el garrotazo, porque se lo impidió y le habló en quechua. La abuela creía que yo pretendía robar al nieto. Comprendió que estaba salvando la vida del niño.

En la posta atendieron de emergencia al niño que tenía 40 grados de fiebre, infección al estómago, complicado con una bronco neumonía severa, deshidratado y desnutrido. La abuela ente lágrimas y llanto daba los datos incompletos de Pascual, su apellido no se le entendía. Decía Karlojoste, parecía decir Carlos. No sabía el día de su nacimiento, ni cuantos años tenía. El nombre de sus padres. La abuela decía “no acordaba” en quechua.

Entre llanto y llanto me agradecía, me besaba las manos y hablaba “Dios pagrachun mamay”.

Pascual superó la enfermedad con el tratamiento que le dieron. Sus medicinas fueron donadas y estaba como nuevo para la clausura del año escolar.

Conversando con familias de buen corazón, incluyendo la mía, ayudamos a Pascual y sus compañeritos a tener una linda Navidad, con ropa, juguetes, chocolatada, comida, etc., como nunca en su vida la tuvieron.


Historia publicada en la REVISTA MATICES DE ICA, diciembre 1995




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